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Sobrevivir a un ataque . Crónica en primera persona

  • Cristian Paternina - Corrección por NUBIA AMPARO
  • 23 oct 2017
  • 5 Min. de lectura

Foto sacada de flickr -CC0 Creative Commons - Policía Nacional de los colombianos

El 2 de septiembre de 1996, a las 8:00 a.m. en la calle Zea del Municipio de Yolombó, en Antioquia, hombres armados del grupo guerrillero Compañía Anorí del UCELN, emboscaron a tres agentes de la Policía Nacional, cuando se dirigían a prestar sus servicios de seguridad a la Caja Agraria. Los agentes le hicieron frente y, aunque heridos, lograron su retirada sin que lograran su objetivo.

Aldemar Paternina, que en ese entonces tenía 26 años fue testigo y víctima del ataque. Veinte años después, ya retirado de la institución policial, recuerda lo que fueron esas horas de dolor y valentía. El informe policial de los hechos, que aún conserva, indica que el plan pistola que había ideado el ELN falló por completo. Los insurgentes se retiraron porque ya se había cumplido el tiempo asignado para la misión y porque tenían varios heridos. Los agentes Cardona, Gonzáles y Paternina confirmaron en sus declaraciones que los guerrilleros llevaban muchos heridos puesto que el camino por el cual huyeron estaba lleno de sangre.

Según el agente Paternina La guerrilla tomó represalias contra los civiles que ayudaron a los agentes de policía y en los meses posteriores mataron a 27 personas civiles que identificaron como ayudantes ese día de la policía, atacaron la Alcaldía y el comando de policía de Yolombó.

El siguiente es el relato de Paternina, tal como lo vivió y lo sintió durante esas dos horas

2 de septiembre de 1996 - – Yolombó - Nordeste Antioqueño- 8 am.

El 2 se septiembre estaba prestando el servicio de vigilancia en el sector bancario. En horas de la mañana sonó el retransmisor. Una llamada del comando anunciaba que se iba a meter la guerrilla a robar en dichas entidades y a llevarse los fusiles del personal que estaba en servicio. Llegué rápido donde el Cabo Segundo Quintero quien dirigía el comando en Yolombó. Él me asignó, por el trasmisor, la misión de patrullaje en el sector. Quintero nos asignó la misión a los que estábamos cerca del perímetro de riesgo: el agente Cardona, el agente González y mi persona. Me molesté al saber que solo haríamos patrulla tres, cuando el protocolo dice, que, en los pueblos de alta zona de riesgo, de ataque de grupos guerrilleros, el patrullaje debe ser con diez efectivos.

Al llegar a la cuadra donde se encontraban las entidades crediticias observé que el ambiente estaba muy extraño, la gente caminaba muy raro, no había casi flujo de personas por las calles. Cuando miro a la derecha veo personas escondidas en un establecimiento, esto despertó mi instinto de curiosidad. Empecé a fijarme en esta característica y observé varios establecimientos. En estos lugares había gente escondida observando cómo transitábamos por la calle, era como si estuvieran analizando nuestros movimientos. Este hecho incrementó nuestra intranquilidad.

Empezamos a caminar con cuidado, guardando una distancia entre nosotros, de diez metros, uno detrás de otro y estando pendientes de nuestro alrededor. Al inicio de la fila india estaba González, seguido de Cardona y yo me encontraba en la retaguardia. Cuando volteo la cabeza para ver a mis espaldas, veo al fondo unas siluetas moviéndose, enfoqué mi vista y, de repente, observé cómo unos vestidos de civiles, que sacaban ametralladoras automáticas, eran guerrilleros.

De un momento a otro empezaron a sonar los disparos. De inmediato di la alerta a mis compañeros.

--¡Nos disparan!

Me posicioné para devolver el fuego, disparo tras disparo crecía la balacera. Parpadeé por un segundo y cuando abrí mis ojos vi cómo una bala le volaba el dedo índice de la mano al agente Cardona, acto seguido otros tres disparos le impactaron el pie. En medio de esa confusión producida por los alaridos de dolor de Cardona siento un quemón muy doloroso en mi pierna derecha. Grito y siento otro quemón esta vez en mi pierna derecha. Pronto mis piernas no me respondieron y caí al suelo de frente, me pegué un golpe contra el suelo y quedé mordiendo el polvo.

Cuando alcé la cabeza veo los guerrilleros que se acercan. En ese momento pienso: “Vienen a ultimarme”. De inmediato busco con mi vista el fusil, pero cuando lo encuentro está muy lejos.

Mientras pensaba en mi muerte, una lucidez divina me recordó, como si fuera por gracia de Dios, que tenía aún mi arma personal, un revolver 38 largo. Cuando uno de los guerrilleros se acercó desenfundé el revólver y descargué los seis disparos del arma sobre él, le alcancé a pegar en un hombro.

El guerrillero retrocedió, pero los que estaban detrás de este se acercaban. Saqué fuerzas de donde no las tenía y me acerqué donde estaba mi fusil, cuando al fin lo recupero una bala roza mi oreja derecha.

Rápidamente cogí el fusil y devolví el fuego, los guerrilleros dudaron y retrocedieron, me dieron el tiempo suficiente para atrincherarme en un establecimiento público. Cuando me fijo a mis alrededores para evitar sorpresas veo a mis compañeros en el mismo, atrincherados también.

El silencio se apoderó del lugar, pero ese silencio era a la vez un sonido infernal. Segundo a segundo de ese demoniaco minuto fue de total inseguridad. El silencio fue sucedido por una ráfaga de disparos de armas de fuego de corto alcance hacia el sitio donde nos encontrábamos. Nos llegaba plomo de todas partes y ante la inminente amenaza ni siquiera podíamos responder el fuego.

El soldado Cardona usó su trasmisor y pidió refuerzos a la estación de policía. Todos lo miramos, el pobre hombre con su mano sangrante tomó el trasmisor y con una serenidad casi inhumana dirigió unas palabras al cuartel:

--Necesitamos refuerzos, hemos sido emboscados en el sector bancario. Creemos que son guerrilleros, somos dos hombres heridos y estamos bajo un intenso fuego enemigo.

No nos dimos cuenta qué dijo el cuartel, el agente Cardona solo nos dijo:

--Hay que esperar. En el cuartel ya escucharon los tiros.

Mirándonos unos a otros aguantamos la balacera esperando los refuerzos. Luego de diez minutos en el infierno de pólvora, escuchamos en un momento, aún más disparos por la parte derecha de donde nos encontrábamos.

Segundo a segundo, el sonido de los casquillos de bala iba mermando, hasta que por fin escuché cómo se silenciaron, alcancé a ver a tres agentes que entraron a socorrernos. Cuando me levantaron y me sacaron del establecimiento, fijé la mirada a donde estaba los guerrilleros, ya no se encontraban, pareciera que habían retrocedido. Cuando me llevaban a un carro, observé cómo los pobladores corrían a ayudarnos, me brindaron agua y palabras de aliento. El único ileso fue el agente González.

Cuando al fin me montaron en el carro vi que ya estaba ahí Cardona. Solo terminamos heridos él y yo, pero había varias víctimas civiles. Pronto el señor del carro prendió el automóvil y cerré mis ojos.

Cuando desperté estaba en un hospital, aún no creía que había sobrevivido a aquel ataque.

 
 
 

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